domingo, 15 de mayo de 2011

el psicoanalista lector: El video del domingo. Vicente Amigo. Ojos de la Al...

Gracias por la música. Bellísima. Y de paso gracias por tus libros...

domingo, 18 de abril de 2010

Coco Chanel odiaba los domingos

Hay silencio, el flujo de los autos es mínimo y se puede escuchar la tele. En casi todos los canales me quieren vender la picana esa devenida aparato de gimnasia, aggiornada para los tiempos deportivos y veloces que corren. ¿Qué hace la gente los domingos? ¿Es mi sensación que los otros siempre la pasan bien o es la sensación de todos que el otro siempre la pasa mejor? Justo hoy me encuentro sola, con todos los "tengo que terminar de leer" de siempre. El niño duerme y en esa porción de tiempo impredecible en su duración tengo que planear mi libertad, sin saber hasta dónde podré. Junto los juguetes. Limpio la alfombra. Hablo con mi hermana que el domingo trabaja y me cuenta de los mocos de los chicos y de cuánto cuesta la vida. Llamo a un par de amigas. Celular apagado. ¿La estarán pasando tan bien que no necesitan la posibilidad de que alguien quiera comunicarse? ¿Será que están colmadas de la vida dominical y nada más podría mejorarla? Incógnitas de esta indefinición emocional que me habita, y justo con este sol... ¿Quién sabe qué se hace los domingos? La querida Coco no sabia, desgarrada viuda de su amante eterno, sólo quería coser sus puntadas sobre la tela negra. Decía: "hay tiempo para trabajar y tiempo para amar, pero no hay tiempo para nada más". ¿Será que el domingo entonces es el momento de retomar los amores y trabajos que quedaron esperando durante la semana mientras la vida estaba en otra parte? ¿Será que siempre la vida está en otra parte?

jueves, 23 de octubre de 2008

¿Es el vestido el lugar de un síntoma congelado?


¿Cómo es que no nos hemos ocupado de aquello que está más cerca de nuestra piel? Que si tambalea su estilo nos cambia el carácter, si falta también. Será posible que seamos tan necios y metafísicos, y no creamos que ese cuerpo extraño que nos regula los órganos es lo que amplia nuestro ser, nuestra capacidad de movimiento. Su uso inventa gestos de lo más lejanos y al mismo tiempo de lo más verdaderos y cercanos a nuestro poroso ser.
Me refiero a la vestimenta y sus alrededores.
El sentimiento de estar bien vestido proporciona una paz que ni la religión misma puede otorgar, dijo Spencer (que tiene nombre de abrigo corto)... Un vestido bien puesto aúna alma y exterioridad. Hace al estado de ánimo, dicen. Yo insistiría, da consistencia mediante la fibra a estados confusos de existencia.
Así es, aquí tenemos, el tema superficial que modula lo profundo del ser, ese que se derrite con un buen par de zapatos que nos guiña desde la vidriera, tan apetecible, tan único, tan para UNA. Es decir, es promesa de unidad, de lisura, de humanidad.
Las modas pasan, las temporadas salen a rebajas. Pero, ¿qué es lo que tienen en común esas “normas que demandan alta conformidad mientras existen por poco tiempo”? A cada una de nosotras buscando el tesoro textil que nos componga, que nos exprese, que nos represente aquel huérfano asterisco del alma que no encuentra su lenguaje.

martes, 30 de septiembre de 2008

No todo es lo que ‘perece’ (Acerca del fin del mundial '06)


Nada es más difícil de soportar
que una serie de días hermosos
Goethe.


“Para mí el mundial ya se terminó”, fue la frase pronunciada tristemente que más escuché desde ese fatídico viernes, en su mayoría sostenida por unos ojos llorosos.

Freud hablaba de un caso particular que encontraba en su consultorio: los llamaba ‘los que fracasan al triunfar’. Podríamos decir que en el ser argentino, si es que eso puede llegar a alguna consistencia, estaría atravesado por ‘los que triunfan al fracasar’. Hay un regocijo escondido por entre las rendijas de aquellos que dicen ‘sí, perdimos, siempre perdemos, tenemos el mejor equipo del mundo, y nos sucede la fatal injusticia… teniendo el pibe de los 150..’ Y lo dejamos mirando el piso en un autismo televisado.

Cómo retornar entonces, sin la copa esa de la que hubiésemos tomado todos triunfantes.
Para algunos, tengo que confesar que no es mi caso, el acontecimiento futbolístico del viernes, tiñó de gris su precaria realidad, como toda ‘realidad’.

¿Qué cosas hacer para continuar cuando toda la devoción, la energía, la líbido estaban orientadas hacia un acto que ya no es posible? Al menos hasta dentro de cuatro años…
¿Por donde hacer el pase mágico que nos transporte a otra cosa?
¿Hacia adónde patear la pelota?
¿Cómo duelar un deseo coartado en su fin?

El duelo interviene también en estos casos. Es un trabajo que hacemos no sólo cuando fallece un ser querido, sino cuando fallecen las ilusiones, perecen los objetos, cuando desfallece lo anhelado.
Y nos quedamos, como dice un amigo desfallecido, con ‘las virutas del paraíso’.
Aquí cada uno tendrá que inventar su arte para desvestir lo tan acunado y vestir lo inesperado. Es un acto privado entre otros. Bioy Casares dice ‘las costumbres de los otros parecen una desolación, pero ayudan a la gente a llevar su vidita’.
Desolación de muchos consuelo de tontos…

Freud tiene un textito – y el diminutivo es por lo corto, no por lo poco brillante- Se titula Lo Perecedero, dice que “paseaba por la florida campiña estival en compañía de un amigo taciturno y de un joven pero ya célebre (advierte) poeta que admiraba la belleza circundante, más sin poderse solazarse con ella, pues le preocupaba la idea de que todo ese esplendor estaba condenado a perecer, de que ya en el invierno venidero habría desaparecido”

¿Qué nos dice el escrito peripatético? Algo que algunos sentirán como una contradicción, en estos tiempos de edades congeladas, y tratamientos anti-age: “El carácter perecedero de lo bello no involucra su desvalorización… la cualidad de perecedero comporta su valor de rareza en el tiempo… las limitadas posibilidades de gozarlo lo tornan tanto más precioso”

Cada uno recordará sus ejemplos… no tengo que esforzarme en esto último.

El valor de la rareza en el tiempo hace a la posibilidad del renacimiento. Cuando el tiempo se torna raro… Cuando no nos sentimos dichosos, y nos afligimos por no querer abandonar la idea de haber sido campeones, en otro lugar fantástico donde somos todos más unidos, más lindos, más altos y pintones. Como decían en mi pueblo: “Rubio, alto y de ojos azules”.
Es una reacción para evitar el dolor que eso nos ocasiona. El dolor es algo que siempre quiere evitarse. Nos olvidamos que la dicha, esa felicidad por episodios que nos regala la vida, se da por contraste. Y aunque usted no lo crea, no depende de las cosas que nos sucedan, de lo que se espere del mundo, sino de la fuerza con que cada uno crea contar para modificarlo según sus deseos, y de cómo nos independicemos de él. “No podemos alcanzar todo lo que anhelamos…”
Nos quedamos con las virutas de ese tallado feliz… “Sobre este punto -dice el maestro- no hay consejo válido para todos, cada quien tiene que ensayar por sí mismo”.

Dicen que hay que pasar el invierno.
Y en eso los que triunfan al fracasar son las estrellas. Quiere decir que pudieron ponerse en este trabajo de duelo que significa recuperar las ganas de vivir, porque lo único que no perece es el DESEO. El deseo, señores, es indestructible.
Es en un fondo vital desde donde podemos trabajar para desvestir ilusiones y vestir otras. Es nuestro destino de modistos deseantes. Como el otoño desnuda los árboles, para congraciarlos un tiempo después, y como el invierno, donde todo perece, que sólo nos resta pasarlo… menos mal que en primavera la vida se abre paso, y todo, todo lo que perece… florece.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El príncipe taurino (respecto al inolvidable cabezazo de Zidane)

El domingo a la noche dije, ‘voy a escribir sobre el cabezazo de Zidane’. Ese acto que dejó desconcertados a todos los que miraban la final. Todos se preguntaban ¿qué hizo este muchacho? Alguien me contestó ‘el mundial ya pasó, ya escribiste del mundial’.
Evidentemente estamos todos atravesados por el tiempo televisivo. Hay una inmediatez, una compulsión a sintetizar los actos mediante un significado precipitado, que termina siendo una idea apresurada de lo acontecido. Que lo único que hace es alejarnos de poder apropiarnos de lo sucedido e inscribir eso en una historia propia del espectador.
La televisión es el tiempo de la urgencia, es lo opuesto a la historia ya que representa la coyuntura de manera vertiginosa.
La televisión juega con la idea de pensar en la imagen desde su potencia pregnancial. La posibilidad del movimiento de la imagen garantizaría la comunión entre significación y comunicación. Lo que queda olvidado es que la imagen no es sin el anclaje de la palabra.

Se me ocurrió que podría ser un caso particular de los que triunfan al fracasar.
La primera salida es: “¿Pero qué hizo este muchacho? ¿Va a cerrar su carrera así?, un señor como ha sido siempre…”. Nos había tocado el narcisismo.
Es la salida del ideal. Los que hinchábamos por Francia, por razones obvias, sabíamos que era su último mundial, queríamos verlo levantar la copa del mundo, un príncipe…y que el ideal se cumpliera… un acto logrado. “Háganlo por todos los que no llegamos..” dice la publicidad.

El genio maligno irrumpe. Y el príncipe se saca. Y no precisamente la camiseta.
Reconstruyendo el acto mil veces repetido estos días:
“Materassi le tironea la camiseta, Zidane se da vuelta y le dice: después del partido te la regalo, si querés. A lo que el primate le contesta: Argelino, terrorista.”
En el mundial del fair play la consigna ‘say no to the racism’.
Y el mundial del brillo, de la perfección y de la mercadotecnia se diluye en un soberbio topetazo taurino, que parece que aprendió en su paso por España, en el equipo del Rey.

¿Se diluye un ideal? ¿O aparece un sujeto? Podríamos pensar el cabezazo como el último coletazo de la subjetividad que le queda a una máquina futbolística.
Lo interpreto como la resistencia al retiro. Se hace echar para no irse. Baja las escaleras al vestuario, refregándose los ojos, de llanto? de sudor? Quien sabe qué está pensando en la penumbra del vestuario que recibe el sonido aletargado de la escena.
Ese topetazo es el gesto más humano, más íntimo, más propio que Zidane nos pudo donar en esa triste tarde. Arremetió él solito. No con la impotencia de un partido inconcluso, sino contra la estupidez primitiva de un dicho que le mojó la oreja.

En el punto donde le tocan al padre, porque llaman a su filiación, allí no hay partido. Allí la experiencia anterior no juega.

John Dewey decía que la experiencia es la “íntima conexión entre el obrar y el padecer”[1].
Oscar Wilde decía que la experiencia es el nombre que le damos a todos nuestros errores y fracasos para justificarnos. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pronuncia el dicho popular. Algo incluso más mundano, de Ringo Bonavena: la experiencia es el peine que te da la vida cuando ya te quedaste calvo.
Y Zidane quedó calvo.
Y Zidane no se retira, vuelve. Puede dejar el fútbol, pero no se retira de él.


La experiencia son esos acontecimientos que se leen como actos negativos, como hechos paradójicos, como sucesos sin una significación precisa, está hecha de eso. Es eso que retorna, que vuelve en otro momento. Eso es lo que hace a una persona reconocerse como experimentada. Es esa capacidad que tiene el humano de poder conectar un episodio actual a una idea preestablecida, aún cuando la idea ayude poco a resolver la coyuntura en la que se encuentra.

Los hermanos Magistrelli, que nombré en otra oportunidad, Carlos, Pocho y Chacha, se han dedicado a la actuación y la dirección teatral. Cuenta uno de ellos el haber sido elegido hace poco tiempo para ser el personaje principal del film de un director argentino. Cuenta allí donde la experiencia queda agujereada por lo que no pudo ser. Ya que decidió rechazar la insistente invitación frente a que su esposa estaba enferma. La película se filmó sin él. Y me dice mirándome a los ojos “Ya ví como seis veces la película”…
Bueno, quizás luego de la experiencia inconclusa, ahora sí sea su tiempo. Porque el tiempo del retiro es difícilmente ubicable.

Este acontecimiento (¿final?), que los italianos significarían como ‘ha abutto una caduta di stillo’, se le cayó el estilo, algunos lo leerán sólo como ‘un violento’, lo puede hacer justamente alguien experimentado. Decían ayer en la radio “no lo hagan en sus casas, chicos, para esto hay que estar entrenado”.
El pueblo francés lo sancionó así, y lo recibió con todo el reconocimiento y el amor.
¿El mundial pasó? No precisamente. Es por las preguntas que nos produce este hecho y por algunos otros que podemos seguir hablando de él, mientras esperamos el próximo.

Que la experiencia no nos sirva de mucho para lo que viene es justamente lo que la impulsa. Habrá más mundiales, habrá más películas en las que podamos participar. O nos haremos la película que nuestra propia y siempre tuerta experiencia, pueda evocar.




[1] Dewey, John, La reconstrucción de la filosofía, Hyspamérica, Buenos Aires, 1986 (edición original de 1936)

sábado, 6 de septiembre de 2008

Ese trapito que hace llorar (tribulaciones sobre la moda "mundial")

Dedicado a un amigo que dijo al pasar: "sin los bigotes me siento desnudo"

Ustedes saben que existió un matemático llamado Whitehead, que dijo “Pensamos en generalidades, pero vivimos de detalles”. Muy sabia y muy real la frase.
En los detalles nos vamos a detener, porque interesa ubicar al vestido como un signo fundamental dentro de esa escena futbolísitca.
Cuando digo vestido digo vestimenta, digo más precisamente ‘vestidura’, que es aquello que vestimos para que nos represente.
En la tibia presentación del mundial la pantalla proyectaba muchachos solteros cómicamente vestidos de tiroleses, cuyos trajes confeccionaron sus mujeres, hijas, madres, hermanas, decían los presentadores. También un grupo de hombres con látigos, que recordaban la defensa que emprendían antiguamente contra los lobos y los osos que los atacaban, defensa que no dejaba de traer un tinte sexual al asunto. Y vestidos coníferos, que escondían quien sabe qué debajo de ellos.

En la cancha misma, en general es la mirada femenina quien observa el detalle estético.
Un amigo me decía, después del partido de Argentina, “cuando lo ví a Maradona con la camiseta, me largué a llorar” Un trapito que hace llorar. La superficialidad de la tela puede representar esa profundidad de la historia.
¿Y qué vemos? Vemos que destacan en las camisetas, las charreteras. En el hombro, hay un pliegue, un retazo que cubre el músculo deltoides, también llamado músculo charretera. No sé si habrán detenido la mirada allí, pero las camisetas de Suecia e Inglaterra tienen una crucecita en el hombro. Es la cruz que representa su historia de conquista y de batallas. Bueno, Borges decía que los ingleses son suecos disfrazados, no?
La camiseta secundaria de Alemania es gris, y tiene un retazo color negro en el hombro. Cuando los muchachos entran a la cancha parecen un batallón, con las vestiduras portadas por la corpulencia propia de la raza.
Estas son insignias que inevitablemente remedan lo militar. El campo de juego es un campo de batalla. En el lenguaje encontramos esta equivalencia:
“Hacelo de goma, matalo”
“Dale con todo”

Toda la agresividad de la multitud abonando una metáfora bélica. La guerra, se sabe, es lo que da cuenta de lo que no se tramita, sea mediante el juego de un deporte, sea mediante el arte, entre los seres humanos.
Podríamos pensar entonces al FUTBOL COMO LA REPRESENTACION MODERNA DEL COMBATE.
Aunque guerras sigue habiendo, el fútbol sería el enfrentamiento logrado, pautado, sin muertes. O al menos lo sostiene esa intención.
Y el vestido, la vestidura, es el eco de ese antepasado épico. Un trapito que dice que lo superficial es lo profundo, porque el vestido es la representación más cercana del afecto en el cuerpo. Freud hablaba de “Investidura”, de investir, que es más que vestir, un cuerpo de libido.
La camiseta garantiza sentido para el que lo inviste: de pertenencia… de identidad.
Vestido que indica una batalla. He allí esta frase popular que dice “Vestida para matar”
¿De quién se dice que está vestida para matar? De la mujer que puede delinear ese borde donde lo interno de la piel es impulsado hacia lo externo y tiende a mostrarse… parcialmente: en el cuello, en las muñecas, sobre el escote, en el bajo de las faldas… Pues lo que tiene valor estética o eróticamente es esa mezcla suspendida de apariencia y oculto, así se encuentra preservada la ambivalencia fundamental del vestido, encargado de revelar la desnudez al mismo tiempo que la esconde.

Aunque nadie vaya a “Rasgarse las vestiduras” por el fútbol, estamos todos allí observando la escena y también ellos están vestidos para matar… al contrincante. “Mátenlos a estos bagartos”

La camiseta despierta el espíritu identitario, de una identidad en la que todos convenimos en pertenecer, donde el otro aparece como colega, como mostrando algo que ha sido apropiado concientemente. Ese rasgo que nos sostiene… Allí todos podemos cubrirnos con la misma bandera y corear al unísono. Por un juego, como otros lo hacen por una guerra.
Los lechos y las batallas comparten sus rincones, ustedes saben que las mujeres de la Grecia antigua que morían dando a luz y los hombres que morían en batalla, tenían un lugar sepulcral privilegiado. Los griegos también eran aquellos que contaban los años de acuerdo a las olimpiadas: decían es el año 2 de la olimpiada 3.
Vestidos para matar.
Tanto el juego deportivo, el pavoneo sexual y la escena militar: implican el mismo lenguaje. O en todo caso: el fútbol tiene su erótica y su épica.

La camiseta es esa piel que dice de lo desnudos que estamos y su intento por recubrir desde lo colectivo la soledad existencial en la que nos encontramos. Dice de todo lo que tenemos que vestirnos con banderas, gorritos y ropa interior blanca y celeste, alusiva al campeonato, para poder velar nuestra propia desnudez del ser, esa que no se recubre con nada, y llorar por un trapito de vez en cuando.

Sobre el mundial 06: Dame un talismán

Dedicado a mis amigos del club,
que sostienen que lo importante es jugar.


Una melodía compuesta por relatores gobierna el éter estos días. Una maraña de dichos, de comentarios, de alusiones al tiempo mundialista… Nadie puede escapar a menos que se convierta en un ser ermitaño. Somos presos alegres, capturados con nuestro consentimiento por goles livianos que nos tensionan. Escucho, en forma dócil y desatenta ese murmullo. Y siempre me detengo en lo mismo. El ruido que me hace el cruce entre el fútbol y el recurso tecnológico.

‘El espectáculo del fútbol’, dicen. Yo prefiero quedarme en lo que significa como juego, pero allí está, se impone la luz, la cámara, la acción, todo filtrado por esas cámaras omnipresentes, que en todo caso, son las que nos permiten ver ‘en vivo y en directo’. Aunque el vivo y el directo no deja de ser una ficción, hecha de complejas tramas.
El sábado, preparábamos el mate esperando el partido, y ya dos horas antes los periodistas entonaban exultantes como si en el segundo siguiente fuesen a cantar el gol. Uno de ellos dice: “Es un gran día para los medios de comunicación”. ¿Y eso? ¿Qué quiere decir? ¿Será que esta frase igualará al famoso ‘Este es un día peronista’? ¿No será un gran día para la gente, para el mundo, para los argentinos? Pero para los medios de comunicación… Un tanto retorcido y pretencioso, pero es un pensamiento que declara la gran intervención a la que estamos entregados.

Dos cuestiones respecto de la tecnología que hacen que me interrogue:
1- Hay un cartel por sobre las canchas de básquet, en el club donde voy todas las siestas, que dice: “Si no va a acatar las decisiones del árbitro, por favor, no entre aquí”.
Desde mi ignorancia, veo cómo todos los domingos, diversos periodistas deportivos, mancillan las decisiones de un árbitro desde el famoso Telebeen, que no deja de hacerme asociar con Teletubbie, desplazando inmediatamente los atributos atontados de esos muñecos balbuceantes a esa maravilla de la ciencia que permite medir milimétricamente si una sanción de una persona fue la correcta.
Lo que leo allí es que amparados en el anclaje tecnológico, la función del réferi se diluye. Porque en un tiempo posterior a una sanción que sabemos es irrefutable, el ojo preciso de la máquina, conspira contra la decisión del hombre.
La paradoja es: a favor de un principio de objetividad, de exactitud, de precisión, se desestima la práctica humana.
La desestimación del lugar de autoridad y sanción del réferi, es un caso particular de la desestimación general de cualquier autoridad. Lo vemos en las instituciones en las que transitamos. El lugar de eso que llamamos en el ramo la ‘función del padre’ como agente de un acto lescivo, intrusivo, traumático que tiene como consecuencia la libertad. El cartel que leo en mi club dice de esta conflictiva muy de la época en la que estamos metidos. Tuvieron que poner un cartel para avisar que el réferi está allí para distribuir sanciones sin la posibilidad de ser revocadas.
No digo autoritarismo, ni violencia, digo autoridad. El autoritarismo produce el efecto contrario a la libertad y a la posibilidad de un acto creativo. La crítica a la autoridad es una marca epocal, jamás diría que es perjudicial ni fuera de lugar. Lo que habría que preguntarse es si la intención de los periodistas es contribuir con la discusión, al establecimiento de una función más articulada a la época.
Sin embargo, la figura del árbitro, que representa sesgadamente la función paterna es la autoridad que debe ser respetada, no por capricho ni por obediencia ciega, sino como condición habilitante del juego.
Elizondo es el árbitro más respetado del mundial, porque sigue el juego, porque es correcto. Como lo fue Castrilli, en su momento, que curiosamente en su nombre lleva la marca de su función. Su rigurosidad, vapuleada, era la que permitía el juego, ¿o no se trata de eso? ¿De jugar? No de pegar ni de hacerse zancadillas… Algunos dicen que era el más respetado de los árbitros, por los jugadores, porque donde él dirigía no había lesionados.

2- La segunda cuestión es ese acto que selló Maradona en el ’94, cuando luego de la jugada se miró en la pantalla. Allí el ídolo se redobla mirando al ídolo en un ejercicio de espejismo propuesto por la mega pantalla. Se mira sabiéndose mirado. Perdiéndose como Narciso en el ojo de agua de su belleza aclamada por la hinchada. Imagen de ‘El Diego’ ajada unos segundos después cuando una enfermera tosca se lo lleva del brazo, para cortarle las piernas.
El ojo del sistema es la pantalla. ¿qué ves cuando me ves? corean los divididos. Es un ojo donde quedamos pasivizados, donde miramos en lugar de jugar. Un ojo tan terrible que ni el protagonista hiperprofesionalizado puede salirse del lugar de espectador.

Estamos divididos por esa creencia que nos deja ciegos. Creemos que nosotros miramos, pero ella, la pantalla, es la que nos mira. Mira a los jugadores, mira a los televidentes (algunos son teletubbies).
Creemos que conocemos el mundo por las imágenes que nos cuentan por la pantalla, pero son las imágenes las que condicionan nuestro ser.
Otro gesto de Maradona de acercarse a la cámara y gritar el gol rompe esa dialéctica. Reconoce que está siendo mirado, mira a la cámara. Pero todos supimos la significación de esa mirada: lo mira a Blatter, en el ojo de la cámara.

"El vértigo de la imagen no admite detención. Tiempos del flash, obnubilación sin consecuencias. El parpadeo como alas de acolibrí, se anula a si mismo. Y el ojo se hace omnividente. Para producir un goce, que no deja de responder a una estética: la del consumo" (Luis Camargo)

Vivimos todos ojeados, es esta idea de Merleau Ponty que dice que no somos nosotros los que miramos el mundo, sino que somos mirados por él. Ya no alcanza con la frase de Virginia Wolf que asiente: “¿Qué teme uno? El ojo humano”. Habrá que seguir aquello que dice Bioy Casares: “No perciben un paralelismo entre el destino de los hombres y el de las imágenes?”, y estar advertidos de lo que significa regocijarnos en las aguas de nuestra imagen sin manchas: el ahogo de quedar fuera del juego. Ahí no hay réferi que nos quiera dirigir… Vivimos todos ojeados, temerosos unos de los otros, yo me pregunto, ¿cuál será el talismán que enceguezca la omnividencia, y nos cure del ojeo? Bueno, dicen que el amor es ciego, ¿no? El apasionado amor por ese juego de la pelota, ese que nos hace cerrar los ojos llorosos para gritar un gol, es una de sus grandiosas versiones.